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A través de Hugo y Bety saludamos a todos los enamorados en su día

13-02-2020 16:23 | 

El 14 de febrero se celebra el Día de San Valentín, o Día de los Enamorados. Como acostumbramos a hacer para esta fecha, Hendersonline comparte una nota acerca de un matrimonio de nuestro pueblo. En esta oportunidad, por primera vez, la elección de la pareja no fue nuestra, y tampoco escribimos el texto; sino que aceptamos la propuesta que nos acercó gentilmente el vecino Leandro Castaño. A continuación, la producción del licenciado en Comunicación sobre una historia de amor en su más pura esencia, protagonizada por Hugo Menéndez y Beatriz Benefú.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bety y Hugo cruzan la calle Florida como todas la tardes en su auto negro. Evitan la diagonal Hipólito Yrigoyen porque el sol les da de frente y los encandila. Bety lo mira, le llama la atención que Hugo lleva dos pares de lentes superpuestos. Es la forma que encontró para ver bien. Ella echa manos a la guantera, pero Hugo pronuncia un ¡no!, ensayado, y ella se sonríe. Hace la mueca de acariciar la cerradura y vuelve a fijar su mirada en cosas sobre las que no hará ningún comentario.

Son saludados en cada esquina, a mitad de cuadra, en todos lados. Hugo lleva una escarapela en la camisa. Cuando es invierno lleva una en la campera, una en el buzo y otra en la camisa. Ambos llevan consigo una historia de amor extraordinaria.


Como cada tarde, el paseo termina a la hora en que se aproxima la cena en el hogar donde Bety reside hace un tiempo. Hugo la deja, da media vuelta con sus ojos inundados y carga su pena hasta que vuelve a verla al otro día.

 

Cuando esa historia de amor nació, allá por 1974, los horarios eran más o menos los mismos. Hugo la pasaba a buscar por el Hospital Británico de la ciudad de Buenos Aires, paseaban toda la tarde recorriendo los eternos encantos de la Capital, y llegaban sobre la noche para que ella cumpliera su turno laboral nocturno.

Hugo egresó de su formación técnica y fue empleado de ENTEL desde 1969, y Bety había partido desde Henderson para estudiar enfermería. Se conocieron en la confitería y pizzería Las Palmas, ubicada en Avenida Caseros y Avenida Vélez Sarsfield. Allí frecuentaban, entre turnos laborales, las enfermeras jóvenes, y Hugo solía ir con sus amigos.

Un día, él tomó la decisión de seguirlas en su auto, y otro día hizo lo mismo, hasta que se animó. Lo dejó estacionado en una parada de colectivos sobre Avenida de Mayo, cruzó la calle y se declaró. Las otras enfermeras inventaron sobre la marcha que tenían que ir a Los 36 Billares, ellos caminaron un rato juntos, quedaron en verse, y se ven cada día desde ese momento.

Hugo valora que siempre charlaron mucho, fueron muy confidentes, compartieron cada circunstancia que les presentó la vida. Con la voz embargada cuenta que hace cinco años de la última conversación que pudieron sostener. Los sábados y domingos pasan más tiempo juntos. Él cocina para luego ir a buscarla, almuerzan, salen a pasear.

Sobre la mesa hay una foto hermosa en la que posaron junto a su hija María Emilia y su hijo José Luis. En 1984 llegaron a Henderson. Bety trabajó varios años como enfermera en el Hogar Municipal, luego de haber sido jefa de piso y de recuperación en cirugía del Hospital Británico. Hugo realizó instalaciones eléctricas en decenas de viviendas de la ciudad, participó de instalaciones en la subestación de rebaja de energía eléctrica.


A mediados de la década de 1980 padecieron las consecuencias de las inundaciones y de la situación económica del país, como todas las familias. Tras un breve paso por el Banco Edificador, y tras el nacimiento de sus hijos -en 1988 y 1989–, él se desempeñó en DEBA, ESEBA y TRANSBA, donde se retiró como jefe de distrito. Tras el nacimiento de los niños, ella condujo el recordado comercio “Nueva Era”, hasta hace alrededor de una década.


Bety fue diagnosticada con la enfermedad de Alzheimer un tiempo antes de jubilarse. Ella tiene 67 años, cuatro menos que él. Desde entonces, el grupo familiar ha estado abocado a los desafíos que generan este tipo de cuadros.


Es sábado. Hugo cocinó albóndigas de seso con una receta que guarda, entre tantas otras, en una cajita mediana. En medio del almuerzo, Bety junta la comida sobre la servilleta y la envuelve. Hugo le pregunta por qué hace eso, y ella advierte el gesto y la mirada. De inmediato comprende que algo estuvo mal y se recuesta sobre su hombro. Se abrazan, y el cariño y un cúmulo de sensaciones los invaden hasta que se desprenden. Hugo recoge la servilleta, acomoda la mesa y siguen comiendo como si nada hubiese pasado.


El momento más difícil de su vida, reconoce Hugo, fue la decisión de que Bety pase algún momento del día en el hogar. Con el rápido avance de la enfermedad, los años le habían generado innumerables aprendizajes y un gran desgaste. Por supuesto que si por él hubiese sido, habría evitado la decisión. Pero fue determinante la ayuda de sus hijos, los médicos y muchos conocidos para madurarlo.


Cada mañana, él prepara todo para que los encuentros vespertinos sean cómodos. Se aboca a los múltiples trámites que permiten acceder a un tratamiento digno y los cuidados paliativos para Bety. En algún momento libre colabora con Julia y el Chori acercando los diarios o alguna comisión. Pero sólo lo hace para distraerse.


En su terreno guarda una Renault 12 break, de tonos azules, aunque ya descascarada. En su interior, un montón de herramientas y piezas de artefactos eléctricos. Una de sus penas es tener el galpón descuidado, haber dejado casi repentinamente el oficio al que se dedicó varias décadas y sobre el cual reserva un enorme afecto.


Esta misma tarde, la de mañana también, ellos andarán en su auto negro recorriendo las calles del pueblo. Les gusta mucho charlar, y Hugo lo añora con la emoción a flor de piel. Tienen tanta bondad en el rostro que se puede percibir desde lejos.
 

El sol cae, empiezan a bajarse las persianas de los comercios. La calle San Martin conecta su casa y el hogar. Una noche interminable los separa, como cuando eran novios y tenían que cumplir con las labores nocturnas y el descanso. Un suspiro, un trago largo, la angustia desaparece por un momento. Al fin y al cabo, mañana saldrá el sol; y si está nublado, da lo mismo. Volverán a verse. Siempre.

 

 
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